Había una vez algo especial
Recuerdo que mi santa madre guardó por unos veintitantos años una vajilla que trajo de Japón. Desde que la compró en 1970, en su caja y con la paja que le pusieron para que no se estropeara en el viaje, estuvo esperando un “momento especial” para usarla. La recuerdo preciosa, delicada... y guarda en su caja inaccesible al mundo.
Fast forward a los noventa, un día que la curiosidad pudo conmigo, me dio por saber cuál era ese “momento especial” que esperaba para usarla. ¿La visita de la reina, quizás?
Recuerdo decirle que todos los días que teníamos parar vivir eran especiales y que unas chuletas con arroz con salchichas en una cena familiar era lo suficientemente especial para usarla. Y así fue. Después de décadas, la vajilla comenzó a acompañarnos en cenas y hasta el sol de hoy tiene vida. ¡Aleluya!
Pero así hacemos con muchas cosas. Siempre compramos o tenemos algo para un “momento especial” que por años se queda guardado esperando su dichosa hora de juego.
Los animo a darse la oportunidad, quererse y celebrarse hasta para ir al supermercado (¡tanta gente que nos ve cuando no quisiéramos que nos vieran!).
Saque la lentejuela, desempolve el trajecito, póngase las perlas y saque la vajilla, que en la gaveta no hacen nada.
¿Qué hay más especial que celebrar que estamos vivos?
Acompañamiento: “Wish I Knew You” de The Revivalists.